miércoles, 10 de abril de 2013

Hace mucho que no veía a un ser humano



Existen vueltas; vueltas; vueltas por el mundo carrusel, por el mundo entero hipopótamo. Pero nadie cree; ni aunque los pies se les congelen en la lluvia creerán; ni aunque suban de prisa las escaleras creerán; ni aunque se les aparezcan mil marmotas frente a sus habitaciones creerán. Carecen de nariz, no cuentan con olfato; las rosas elevan sus pétalos a los fantasmas y a los niños. Cuántos aviadores han contemplado el cielo al caer; cuántos; pero nadie creerá que las nubes eran de algodón; ni en sus sueños creerán; ni dentro de sus carteras. No he vuelto a contemplar un rostro humano desde hace mucho; desde que era niña. Ninguna emoción volvió a figurar por esos bigotes, ningún entusiasmo pueril; ninguna ingenuidad osada. Todos eran estatuas de mármol cronometrado, ceñidos a las paredes y al suelo. Su fe era ciega, tan ciega era su fe en lo ordinario, que negaban lo extraordinario apenas se les presentaba; tanta era su credulidad en las imposibilidades, que negaban el milagro apenas lo contemplaban; aún si se obraba la cura de alguna enfermedad terminal frente a sus propios ojos con las manos ajenas; aún si volaban los cuerpos como estrellas por los aires; todo lo negaban ante sus ojos, salvo lo rutinario. Nunca miraban al cielo; jamás se detenían bajo la sombra de un árbol peculiar; sus ojos eran incapaces de abrirse inmensos y curiosos, incapaces de espiar, de despejarse, y sus pupilas incapaces de ampliarse. Carecían de la mirada abierta, vacía, que se agudiza ante lo misterioso. Sólo una persona sin tapón, sólo una sin hisopo, sólo una como la cascada, como el viento, como la ira; como el furor del viento. Sólo una persona a quien pudiese mirar a los ojos sin ver a un ser humano; todos eran seres humanos; todos por igual; y yo anhelaba ver un rostro no humano en un cuerpo humano; un rostro intimo, esencial, hecho de agua, de trigo, de tierra, de fuego, de profundidad, de abismo. Rostro mío inmortal, rostro hecho de presencia, de vida. Un indicador de que ellos no eran humanos: no brincaban cuando se emocionaban, sus pies no se elevaban por los aires desde el suelo. Los seres humanos no eran seres humanos cuando eran humanos ciudadanos; por eso yo quería contemplar un rostro no humano, porque hace mucho que no veía a un ser humano de verdad; a un rostro hecho de aventura, de sorpresa, de improbabilidad. Pero ellos no parecen vivir porque no parecen sentir, no parecen desbordarse, no parecen entregarse, no parecen  destacar de entre el pasto. Una persona viva es la que toma un libro y me dice una palabra nueva, única, mágica, nunca oída antes, nunca; una palabra que le es propia. Hace mucho que no escucho una palabra que no oiga en todos los rincones donde cruzo; hace tanto que no escucho una frase que me desorbite, que me atraviese, que efectúe una ruptura en la rampa de la regularidad. ¿Por qué me escondían muchos la verdad a pesar de ser honestos? Porque no les hervía en las entrañas; porque no les arrancaba palabras; porque no les extraía movimientos, porque no los precipitaba; no los helaba de pies a cabeza, no los moraba desde su no humanidad. La verdad de un niño no era humana, por eso era tan humana. Tan humana como la montaña, como la cascada, como el viento, como el cielo, tan humana como las aves reuniéndose ante las semillas, como el tronco de los molles y las ramas de los olivos, como el infinito.  

jueves, 4 de abril de 2013

Amor ilegal




¿Sabes qué es el Amor? Un delito a la patria. Cerrojos, llaves y todos fusilémonos ahora en nombre del Amor. Amemos en fugas abandono, en la muerte amemos, amemos en lo innombrable. ¿Sabes qué ha hecho el Amor ahora? El Amor me llama, ha deshecho mi atuendo sobre el mantel de la mesa. El Amor es prófugo. Ábranle las puertas, escóndanlo de esta nuestra patria maldita, entreguen su vida por él, pero no lo traicionen. Si es necesario, mueran por él. Padezcan por él. Al infierno por él. Todo por él.